2 de marzo de 2023
El malestar emocional bajará, pero el buscar ayuda psicológica se está normalizando
Entrevista a Ana Maria Gil, profesora del grado en Psicología de Blanquerna y coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria.
Los últimos datos sobre el incremento de las consultas por problemas emocionales y mentales que ha supuesto la pandemia han alertado sobre la necesidad de destinar más recursos. La profesora Ana Maria Gil, con una larga trayectoria como terapeuta familiar y con más de cuarenta años como profesional en varios centros de adicciones del Ayuntamiento de Barcelona, explica en esta entrevista su experiencia personal y profesional en este año y medio de pandemia, desde los meses iniciales del confinamiento hasta la activación de la frustración cada vez que existía una nueva ola e implicaba nuevas restricciones. Ana Maria Gil es profesora del grado en Psicología de Blanquerna y forma parte del equipo que coordina el máster universitario en Psicología General Sanitaria.
Asistimos a un aumento significativo de afectaciones psicológicas. ¿Vivimos realmente un momento tan grave en este aspecto?
Según datos del CIS, el 46 por ciento de la población española ha manifestado un incremento del malestar psicológico durante el confinamiento, y un 44 por ciento señala una disminución del optimismo y la confianza. Desde el inicio de la pandemia hasta la actualidad, un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por algún tipo de síntoma (un 43,7%, por ansiedad, y un 35, 5%, por depresión, son los porcentajes más elevados). Más de la mitad de estas personas son mujeres, y este dato es interesante. No quiero extenderme demasiado en datos, pero son objetivos. Desde un punto de vista subjetivo y por los comentarios que hacemos con los colegas psicólogos y médicos, todos coincidimos en que nos han desbordado las llamadas, las peticiones de ayuda. Se ha disparado la demanda de atención psicológica. Una amiga, médico de atención primaria, me decía que los adolescentes de 16 años no iban al CAP -estamos hablando de jóvenes con buena salud-, y ahora llegan con problemas psicológicos, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, autolesiones, ideación suicida...
Imagino que ha afectado más a las mujeres por las cargas familiares, ¿verdad?
Para algunas mujeres esta situación ha sido especialmente difícil, sobre todo para las que sostienen a familias monomarentales o las que han tenido que convivir con climas de estrés y tensión familiar, en espacios pequeños con hijos menores, adolescentes inquietos o conviviendo más tiempo con conflictos de pareja, que en algunos casos podían transformarse en episodios de agresión y violencia.
¿Debemos distinguir el confinamiento estricto de la situación posterior, de sucesivas aperturas y vueltas a las restricciones?
La convivencia más continua ha sido el gran problema. En algunos casos, lo que había en las casas eran auténticas ollas a presión, con un alto nivel de tensión en la convivencia. El confinamiento generó un malestar emocional. Todo lo que implica tensión y estrés en las relaciones familiares aumenta la probabilidad de conflictos, de discusiones, de situaciones de las que las relaciones (de pareja, de padres e hijos...) salen dañadas.
Y cuando acaba el confinamiento, ¿qué ocurre?
Se produce lo que llamamos la reactivación de sentimientos de frustración, que tiene lugar cuando vuelves a vivir algo que te ha generado malestar, incomodidad... En algunos casos en los que la experiencia fue traumática podríamos hablar de retraumatización. Cada vez que venía una nueva ola, cuando volvíamos atrás, significaba volver a vivir algo que no queríamos. Y esto ha sido perjudicial, no nos permitía avanzar. Creo que ahora volvemos a recuperar la ilusión, la esperanza.
¿Hemos aprendido algo de toda esta situación?
Esta pregunta me la he hecho muchas veces en estos últimos meses. Yo he crecido educada en una cultura del esfuerzo, de la paciencia, de la constancia. Pero las generaciones más jóvenes han crecido en la cultura de la inmediatez, de los resultados rápidos, aquí y ahora, una cultura más hedonista, menos centrada en el esfuerzo. Cuando llegó la pandemia, yo pensé: “ojalá los jóvenes entiendan que se puede vivir la vida a otro ritmo”. Los jóvenes y nosotros, que también íbamos muy acelerados. A veces una crisis te hace parar y te obliga a pensar y replantear cosas. Como sociedad deberíamos haber aprendido a regular el tiempo de otra forma. Sin embargo no tengo la sensación de que lo hayamos hecho. Fíjate en la locura, de nuevo, del tráfico en Barcelona.
¿Los jóvenes han sido los más afectados?
La gente joven lo ha vivido en una etapa de su ciclo vital muy diferente al resto. Entre los 40 y los 42 años no hay tanta diferencia que entre los 14 y los 16. Son dos años de vida en ambos casos, pero la sensación que tienen los adolescentes y los jóvenes es que les han robado la posibilidad de sentirse como ellos querían, libres, divertirse... El discurso social es este: eres joven, aprovéchalo, son los mejores años de tu vida. Y ese discurso lo tienen muy interiorizado. Ahora, cuando hablamos de los botellones, creo que responden a esa necesidad de recuperar espacios de satisfacción que no han tenido, que sienten que la pandemia les ha robado. Y lo relaciono con el consumo de sustancias. Creo que los medios de comunicación se han cebado con los jóvenes, parece que todos sean malos, agresivos, insensatos, y no es cierto. Hay muchos jóvenes que han sido muy prudentes, que han cuidado de su entorno familiar, que han hecho prevención del contagio. Cuando uno acude a una fiesta y bebe, se desinhibe, y el autocontrol disminuye. Pero esto lo hacemos los mayores, también. La sociedad se ha polarizado mucho en el tema de los jóvenes.
¿Consume más drogas ahora que años atrás, la gente joven?
Considero que no. Actualmente consumen de forma más intensa y de manera episódica, pero no es algo de ahora, con la pandemia, sino que viene de costumbres o pautas culturales anteriores. Esto sí que ha cambiado en lo que se refiere a los patrones de comportamiento en relación con generaciones anteriores. Antes, salías, tomabas unas cervezas, etc., y era una situación social, no ibas a emborracharte.
¿Durante el confinamiento aumentaron las adicciones, en general?
Se habló mucho del aumento del consumo de alcohol durante el confinamiento, no obstante en los centros de tratamiento de adicciones encontramos lo contrario: fueron muchos, los pacientes que se mantuvieron abstinentes, y en cambio, al salir de nuevo, coincidiendo con las celebraciones sociales como la fiesta de San Juan, se produjeron algunas recaídas. Muchos jóvenes consumidores habituales de cannabis aprovecharon esta circunstancia para reducir o abandonar su consumo. En cuanto al consumo de cocaína, no existe un incremento significativo de demandas de tratamiento por adicción respecto a antes de la pandemia.
¿Jóvenes, adultos y personas mayores hemos vivido esta pandemia de forma diferente?
Seguro. Mira, algunos médicos del Vall d'Hebron me explicaban que las autolesiones han aumentado un 14% entre la gente joven, pero esto no podemos desvincularlo del ámbito general o familiar. No podemos entender un comportamiento si no entendemos el entorno donde se produce ni lo enmarcamos en las relaciones que dan sentido a ese comportamiento. Yo me pregunto: ¿qué está pasando en las casas en las que se producen estos casos? ¿Los padres se han quedado sin trabajo? ¿Se ha producido algún tipo de violencia? En el caso de la gente de 30 o 40 años, creo que existe desilusión, incertidumbre. Antes caminábamos con una proyección de futuro que más o menos tenía sentido, pero ahora se ha exagerado con actitudes como “estudiar, ¿para qué?”. La pandemia ha exacerbado esto, esa sensación de desesperanza, y ha potenciado lo insano, pero también lo sano. Ha fortalecido a parejas que ya eran sólidas, ha hecho más fuertes familias con hijos que han aprendido a ser resilientes, etc. La gente mayor, además del incremento de la soledad, ha sufrido una degeneración cognitiva al disminuir la posibilidad de realizar ejercicio, vida social y estimulación cognitiva. En las residencias tenían más estímulo social, a pesar de la difícil situación que vivieron.
Con las muertes, los duelos también han sido complejos.
Los procesos de duelo han sido muy complicados, no se ha podido ritualizar, han quedado atascados. He atendido a más de una persona por este tema. Cuesta mucho procesar que no se ha podido estar al lado de la persona que amas en el momento de morir. Y hay que hacer un acto de despedida, aunque sea a posteriori, mediante un escrito o un acto en un lugar que era importante para la persona que ha muerto. Es totalmente necesario realizar estos rituales, tanto a título individual como desde el punto de vista de sociedad: debemos poder cerrar esta etapa humanamente. Hablamos de números totales de muertes, de estadísticas, y acabamos deshumanizando a todas las personas que han muerto, que son muchas, y cada una tenía una vida, un entorno, una familia. Sin embargo, el dolor es una emoción que no necesariamente debe convertirse en un síntoma de trastorno psicológico. Obviamente, es necesario aumentar los recursos para la salud mental, sobre todo los preventivos. Es necesario que en la atención primaria esté la figura del psicólogo, y ya hemos empezado, de momento con cuarenta plazas en Cataluña. Es crucial que una persona, como el chico de 16 años que tiene ansiedad, pueda hablar con una psicóloga que le escuche, que le ayude a poner palabras a lo que le pasa, que le ofrezca recursos para gestionar la ansiedad, y ese chico lo irá superando sin más problema. Si no es así, acabará medicado y entraremos en la rueda de la cronicidad, que puede acabar con la adicción a los tranquilizantes.
¿Hacia dónde puede evolucionar esta situación?
El malestar emocional bajará, pero buscar ayuda psicológica se está normalizando y eso es muy bueno. Los deportistas hablan, los cantantes hablan, etc. Se va debilitando el estigma de la enfermedad mental porque de alguna forma lo hemos vivido más masivamente.
¿Usted por qué quiso ser psicóloga?
Yo tenía claro desde los 14 años que quería ser psicóloga. Y ahora que soy terapeuta familiar siempre le pregunto a mis alumnos: “¿Por qué quieres ser terapeuta familiar?”. Y siempre lo que hay detrás es que hemos vivido una situación difícil en nuestra familia que necesitamos contarnos. Alfredo Canevaro, un terapeuta familiar, dice que somos terapeutas frustrados en nuestras familias, y que lo que queríamos era arreglar los problemas de nuestras familias.
Esto se dice mucho, pero no sé si responde al tópico cuando se habla de los psicólogos.
Efectivamente, es un tópico, porque no siempre es así. Cuando se lo pregunto a mis alumnos, el 50% habla de problemáticas familiares como algo que les lleva a interesarse por el trabajo con familias. En mi caso estudié Psicología porque me gustaba mucho escuchar a mis amigas, algo que muchos estudiantes míos también cuentan. Me gusta entender qué les ocurre a los demás, emocionarme con ellos. Esto te hace sentir que puedes llegar a ayudar a otras personas. Mi valor altruista está muy presente en la elección de estos estudios.
¿Este altruismo es necesario para ejercer?
Creo que es necesario dosificar este altruismo. Hay que ser una persona interesada en lo que le pasa al ser humano, pero tampoco podemos, como nos ocurre mucho al principio de la práctica profesional, implicarnos tanto que nos arrastre como personas o no sepamos medir la distancia. Por eso, en la formación trabajo con los futuros profesionales su propia historia familiar, para que aprendan a marcar el límite entre lo que tiene que ver con lo que me ha pasado a mí y lo que le pasa a la familia que tengo delante . También hay que aprender que podemos tener un día malo, triste, por lo que sea, pero debemos atender a los pacientes con nuestra mejor cara. Somos igual que los actores, que salen a trabajar en una obra cómica y acaban de perder a un familiar. Es necesario encontrar el equilibrio y saber encontrar la distancia para poder ayudar a estas personas.
Siente pasión por su profesión, pero también por la docencia...
¡Estoy tan agradecida a Blanquerna! Es una de las mejores cosas que me han pasado los últimos años de mi vida, y lo digo de corazón, no por quedar bien en esta entrevista. Entré en 2008 para realizar una sustitución del Dr. Xavier Carbonell, él me lo pidió. Nos conocíamos porque ambos llevamos muchos años trabajando en el ámbito de las adicciones, en los servicios públicos del Ayuntamiento de Barcelona, y sabía que también tenía experiencia docente en el máster en Terapia Familiar. Para mí hacer docencia es una experiencia maravillosa, y desde ese año me han ido incorporando en otras materias. Participo mucho en seminarios de prácticas y me parece un trabajo magnífico. El hecho de que profesionales en activo, que cada día vemos casos en nuestras consultas, podamos formar a los futuros profesionales es muy importante. Los estudiantes lo agradecen mucho. Hablamos de casos reales, de situaciones reales. Esto le da un gran valor añadido.
Durante el confinamiento prestó atención psicológica telefónica u online. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue muy intenso. Con momentos de crisis, también. Recuerdo un caso especialmente duro en el que desde casa atendí a una persona con una situación muy dura y, al terminar, me sentí atrapada en casa, como si me hubiera invadido mi espacio personal. Cuando estás en la consulta puedes separar mucho mejor estas dos esferas, la personal y la profesional. También me ofrecí como voluntaria de los servicios que el Colegio de Psicólogos puso a disposición de los sanitarios, que vivían la situación traumática en primera línea. ¿Cómo ayudar? Escuchando, proponiendo ejercicios y actividades de relajación, pactando formas de gestionar lo que pasa. Los sanitarios vivieron una situación durísima porque no podían poner límites a la atención. Sin embargo, todo ello ha sido una oportunidad para descubrir la atención online como una posibilidad que antes los psicoterapeutas no teníamos en cuenta. Ha sido una oportunidad de crecimiento profesional.
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